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“Cuando me quitaron el chupete, juré que durante toda mi vida odiaría a Papá Noel. Aún hoy, tras largas terapias, mantengo mis infanticidas palabras.”

 

El 23 de julio de este año (2017) tuve la suerte de asistir, de pura casualidad, a uno de los mejores conciertos de mi vida. En el bar Jazzbah de Ciutadella, en Menorca, me crucé con la sorprendente Orchestra Fireluche. Lo mejor del concierto: su fino sentido del humor y la cantidad de instrumentos empleados. Son especiales en las grabaciones y mágicos en directo, mostrando sin complejos un carácter excepcionalmente ecléctico. A veces rozando lo épico y poético, otras lo infantil y delicado, casi siempre lo idílico y onírico.

Orchestra Fireluche, con nombre extraído de una obra de Eduardo Galeano, es una agrupación musical catalana conformada por una decena de atípicos músicos. Con seis discos a sus espaldas, es uno de los grupos más innovadores del panorama musical catalán. Y también, apostando mi chupete, me atreveré a decir que de toda la geografía española. Utilizan tanto instrumentos reciclados como adorables juguetes, que conjuntan a la perfección con instrumentos estándar (guitarra, violín, flauta, piano, batería) y algunos tradicionales. ¿Se convertirán en Les Luthiers catalanes?

Oh, querida orquesta que nunca supe deletrear, ¡portas la bandera que todo sabio debería levantar! La de los sin-prejuicios y sin-etiquetas. Tu obra, sumergida entre la música experimental y el universo onírico del dios Sandman[1], es capaz de elevar hasta el reino de los cielos a los seres del inframundo, recordándoles su olvidada y añorada infancia.

 

Discografía:

  1. Orchestra Fireluche (2004)
  2. Ja veurem per què però hi ha moltes coses inexplicables (2006)
  3. Eines de sons inexplicables (2008)
  4. d’un llonguet un pa de quilo (2011)
  5. Tants caps, tants joguets (2013)
  6. Colibrí en flames (2017)

Recomendación para no dormir: Tants caps, tants joguets (2013).

 

Y este cuento se acabó, queridos chupetines. Así fue como Sandman, señor de los sueños, incluyó a la Orchestra Fireluche en el Hall of Fame de Cataluña, cuna de un sinfín de artistas. Qué decir de los clásicos, ya inmortalizados, Albéniz y Granados. Qué decir de Atila, de Pegasus, de Fusioon, de Difícil Equilibrio, de Ojos de Brujo, de Trobar de Morte, de Lone Star, de Andrea Motis, de Pau Vallvé, de Xavi Capellas, de Serrat, de Juan Magán… Lo siento por todos los que me he dejado en el camino, pero quedan cinco minutos para medianoche y mis párpados se cierran.

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz… “¡Idiota! ¡Acaba el artículo sin ser tan políticamente correcto!”, me exclama Albert Plá desde su estrella solitaria.

De acuerdo. Me despido con una confesión muy íntima. Hace poco hice sonar en una fiesta la canción Nina de Miraguano, del álbum Tants caps, tans joguets. La gente, sorprendida al escuchar a Pau Riba, murmuró con descaro “esto no es reggaetón”. Como no era Maluma, nadie prestó atención. Yo lloré en silencio porque nadie me entendió. ¡Qué tristeza la mía! Mas por suerte logré viajar hasta una nueva (y pura) realidad.

Nos vemos, queridos peripatéticos. Final satisfactorio. Porque aunque esta música no gusta a todos, sí enamora al protagonista de esta historia (que no encontró a su princesa pero supo ser feliz).

 

[1] Personaje de cómic.

 

“Nuestros sueños, aun estando encerrados en la lejana torre de Segismundo, deben mantenerse intactos.” (F. Coelho)

 

(SouthernViking25)